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Ralsina.Me — El sitio web de Roberto Alsina

Crecer Nerd (Parte 1)

Ten­go una me­mo­ria de mier­da. Me acuer­do de to­do.

Me acuer­do del gus­to ho­rren­do de la va­cu­na Sa­bin contra la po­lio, que me die­ron con un te­rrón de azú­car en la vie­ja Es­cue­la Sar­mien­to en 1974. Me acuer­do de la pá­gi­na en la que es­ta­ba en un li­bro del cuer­po hu­ma­no la úl­ti­ma vez que es­tu­ve en esa bi­blio­te­ca. Me acuer­do que en el pa­tio ha­bía una es­ta­tua de bron­ce, que su co­do iz­quier­do de­ja­ba un agu­je­ro por el que pa­sa­ba jus­to mi ma­no, y que atrás ha­bía una puer­ta que da­ba al Mi­cro Ci­ne, pe­ro es­ta­ba siem­pre ce­rra­da. El te­ma es que no me acuer­do cuan­do pa­sa­ron las co­sas, y no me las acuer­do en or­den, ten­go flas­he­s, ha­cer fi­la es­pe­ran­do salir y ver un se­má­fo­ro de tel­go­por arri­ba de un ar­ma­rio, es­pe­rar que cam­bie las lu­ce­s, sin dar­me cuen­ta que es de men­ti­ra, mi ma­es­tra de se­gun­do to­can­do la gui­ta­rra, tra­tar de co­rrer ha­cien­do una hé­li­ce con el bra­zo de­re­cho.

Ano­che es­ta­ba vien­do una pe­lícu­la y al ter­mi­nar pen­sa­ba, hay gen­te a la que es­ta pe­lícu­la le va a pa­re­cer ma­lí­si­ma, y hay otra (co­mo yo) a la que le va a pa­re­cer bue­ní­si­ma. Y es por­que so­mo­s, en al­gún lu­gar aden­tro, com­ple­ta­men­te dis­tin­to­s. Hay al­go aden­tro mío que ellos no tie­nen, o vi­ce­ver­sa. Y creo que vie­ne de co­mo cre­ce ca­da uno, vie­ne de al­re­de­do­r, es al­go que lo fui­mos ab­sor­bien­do des­de chi­co­s, y só­lo se lo ab­sor­be si es­tá ahí, las es­pon­jas en el de­sier­to es­tán to­das se­ca­s, por­que no hay agua, no por una in­na­ta con­di­ción hi­dro­fó­bi­ca. Y hoy en día es ra­ro, por­que to­do es­tá en to­dos la­do­s, pe­ro­... es­to que es­toy es­cri­bien­do, que oja­lá me dé el cue­ro pa­ra se­guir­lo [1] es un po­co con­tar eso, qué ha­bía al­re­de­dor mío, allá le­jo­s, cuan­do lo úni­co que ha­bía al­re­de­dor de uno era lo que es­ta­ba ahí. Más o me­no­s.


Me acuer­do el mo­men­to en que leí.

Sin leer me gus­ta­ba mi­rar re­vis­ta­s, y me in­ven­ta­ba las his­to­ria­s. Creo re­cor­dar que era una de Pi-­Pío en un Bi­lliken (en ca­sa nun­ca se com­pró Ante­oji­to) y de gol­pe esos glo­bos blan­cos con ra­yi­tas ne­gras aden­tro de­cían al­go. Y me de­cían que era lo que es­ta­ba pa­san­do en la his­to­rie­ta. Re­cuer­do una mo­men­tá­nea des­es­pe­ra­ció­n, una fu­ria contra el atre­vi­mien­to de esas mar­qui­tas sa­cán­do­me el de­re­cho de de­ci­dir qué era lo que es­ta­ba pa­san­do. Nun­ca más so­por­té a Pi-­Pío, co­mic mal di­bu­ja­do y con his­to­rias abu­rri­da­s, mar­ca­da­men­te in­fe­rio­res a lo que sea que yo me ima­gi­na­ba.

Di­ce el ru­mor que me en­se­ñó a leer mi her­ma­no, que es­ta­ba ter­mi­nan­do pri­mer gra­do, pe­ro no me cons­ta. Mis vie­jos siem­pre di­cen que ellos no lo hi­cie­ro­n, en el co­le­gio no lo apren­dí por­que, bue­no, no iba a cla­ses to­da­vía, así que gra­cias San­tia­go, de­bés ha­ber si­do vo­s, me vie­ne sir­vien­do.

Un de­ta­lle es que yo te­nía tres año­s. Tres y me­dio, po­né­le, y era un enano de un me­tro, y leía. En­ton­ces mi vie­jo una vez le apos­tó a un co­no­ci­do ca­ni­lli­ta (que te­nía un pro­gra­ma de ra­dio) que yo po­día leer cual­quier co­sa, y el ti­po me dió un li­bro en in­glé­s... que pro­ce­dí a leer co­mo se pu­die­ra, creo que la apues­ta la ga­nó pa­pá.

Pe­ro bue­no, vol­vien­do a lo de lee­r, pa­pá y ma­má eran los do­s, en esa épo­ca, vi­ce­di­rec­to­res de es­cue­la. Es un car­go in­te­re­san­te, no sos el di­rec­to­r, así que no te­nés to­das las res­pon­sa­bi­li­da­des, pe­ro no te­nés que dar cla­ses, así que te­nés tiem­po li­bre. Co­mo es un car­go di­rec­ti­vo ga­nás un po­co má­s, pe­ro no co­mo pa­ra te­ner ni­ñe­ra y de­jar a los chi­cos en ca­sa, así que yo me crié en es­cue­la­s. Creo que des­de los dos año­s, me da­ban de co­mer las por­te­ras y las co­ci­ne­ras de los co­me­do­res, va­ga­ba por los pa­si­llo­s, y me me­tía en prees­co­lar pa­ra ju­gar a al­go [2]

Ya sa­bien­do lee­r, se vie­ne mar­zo, se aca­ba el ve­ra­no, y me me­ten en pri­mer gra­do a los tres año­s, con la com­pli­ci­dad de un ins­pec­tor ami­go­te de mi vie­jo, un tal En­ría, que hi­zo el pa­pe­leo pa­ra au­to­ri­zar­lo, y así co­mien­za una no muy dis­tin­gui­da ca­rre­ra es­co­lar que du­ra­ría los si­guien­tes vein­te año­s, más o me­no­s. Es­tar en pri­mer gra­do dos años an­tes tu­vo un efec­to se­cun­da­rio in­te­re­san­te: me con­ven­ció de que el de­por­te no era lo mío. Des­pués de to­do, mis com­pa­ñe­ros eran to­dos más fuer­tes, rá­pi­do­s, y coor­di­na­do­s. Así que si que­ría ser al­go es­pe­cia­l, no se­ría por ese la­do. Y leí.

De­bo ha­ber leí­do, mien­tras es­ta­ba en la pri­ma­ria, unas seis o sie­te en­ci­clo­pe­dias (no en­te­ra­s! [3]) pe­ro la pri­me­ra... la pri­me­ra fue es­ta:

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El 90% de lo que sé, se lo de­bo a una pi­la si­mi­lar de fas­cícu­lo­s.

Mis vie­jos nos com­pra­ban una en­ci­clo­pe­dia en fas­cícu­lo­s, la "En­ci­clo­pe­dia Dis­ne­y", que era (o por lo me­no­s, así la re­cuer­do­), ma­ra­vi­llo­sa. Ca­da fas­cícu­lo pa­re­cía no te­ner la más mí­ni­ma co­ne­xión con los de­má­s. Te­nía co­sas de mi­to­lo­gía grie­ga, de mi­ne­ra­lo­gía, de tec­no­lo­gías di­ver­sas, de his­to­ria, a ve­ces con per­so­na­jes de Dis­ney in­ter­ca­la­do­s, su­pon­go que pa­ra que fue­ra, real­men­te, una en­ci­clo­pe­dia Dis­ne­y, pe­ro­... lo am­plio de los te­mas era lo me­jo­r, por­que si uno po­día en­tre­te­ner­se le­yen­do so­bre ca­si cual­quier co­sa... bue­no, en­ton­ces no ha­bía mo­ti­vo pa­ra no leer­la, no?

Me acuer­do de Gi­ro Sin­tor­ni­llos [4] in­ven­tan­do una má­qui­na del tiem­po, pe­ro ob­via­men­te no se po­día usar en la tie­rra por­que acá siem­pre hay co­sas mo­vién­do­se y no ha­bía que cam­biar na­da, en­ton­ces ha­bía que ir al es­pa­cio a usar­la, y Ri­co McPa­to vol­vía al pe­río­do car­bo­ní­fe­ro pa­ra ver si ha­bía al­go que pu­die­ra ha­cer pa­ra me­jo­rar sus mi­nas de car­bó­n.

Me acuer­do de los vikin­gos co­mo des­cu­bri­do­res de Amé­ri­ca. Con Eric el Ro­jo y Goofy el Ver­de [5] via­jan­do a Vin­lan­d, y que el la­tex es la savia de una plan­ta, igual que la miel de ma­ple, y que el ám­ba­r.

Me acuer­do del mie­do que me da­ba la his­to­ria de la his­to­ria de Hércu­le­s, con ser­pien­tes en su cu­na in­ten­tan­do ma­tar­lo, los do­ce tra­ba­jo­s, y so­bre to­do, su muer­te [6] ,de la his­to­ria de Te­seo, de los tri­bu­tos a Cre­ta, del fi­nal don­de aban­do­na a la mu­jer que trai­cio­nó a su fa­mi­lia pa­ra sal­var­lo, en una is­la de­sier­ta.

Me acuer­do de los di­no­sau­rio­s, de los ca­ver­níco­la­s, de la se­l­va, del de­sier­to.

Y me acuer­do, cla­ri­to, de que acá es don­de leí, por pri­me­ra ve­z, acer­ca de las com­pu­ta­do­ra­s. Pe­ro eso es otra his­to­ria pa­ra más ade­lan­te.



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